Al cierre de esta entrada se hallan algunos apartados de "La Celestina" (Fernando de Rojas), que a mi considerar están curtidos y empapados de la esencia de tal tragicomedia: lenguaje cínico, riqueza del lenguaje, humor satírico, argumentación amañada, persuasión a través del exceso de lisonja, verdades que se revelan sin pudor y luego se disimulan enmarcándolos como "aforismos" o "generalidades".
Allí, una hilera de vicios empuja otra: la promiscuidad, la infidelidad, la deslealtad, la necedad y el amor pasional al que se le cede todo atisbo de cordura, la falta de empatía y la avaricia llevada al límite:
"No le pierdas palabra, Sempronio, y verás como no quiere pedir dinero, porque es divisible".
Todo esto bullendo en personajes absolutamente egocéntricos que buscan a toda costa su tajada y que demandan sin más ser atendidos en sus ambiciones, furores y deseos:
- Estas quieren plata y todo a lo que le puedan echar mano...
- Aquel quiere compañía y aprobación... quiere de lo que ofrece el de cuernos, pero sin perder su beatificación.
- Esa quiere lo que le ofrecen pero no quiere pagar su precio.
- El de allí el amor de su vida y ser correspondido sí o sí.
- Y el otro monedas y arranques de pulsión disfrazados de "amor".
La Celestina es en síntesis, un coliseo, como no lo vio ni Roma ni el mundo:
Combatientes armados con aquello con lo que les haya dotado la natura o con lo que se hayan apañado en el camino: labia, belleza, hechicería...
Todo es válido y todos contra todos, para así conjugar un patético desfile de conflictos, de truculentos tratos ventajosos, de promesas en éxtasis, de temporales coacciones y amistades con el enemigo por pura física y cínica conveniencia; sin olvidar en ningún momento, las turbias intenciones de traicionarle sin remordimiento alguno cuando se requiera sacar un poco más de provecho individual
¿Qué pasa entonces con la moral del Renacimiento? quedó en el mismo saco roto donde guardamos la nuestra. Es, por ende, un reflejo gemélico de esta: amañada, doble y triple -si se requiere-. Moral, inmoralidad y amoralidad a la carta, según convenga.
Se casa un día uno con "el patas" y luego se persigna y se ensalza en bendiciones "para que le vaya bien". Después se le tira una piedra envenenada al del lado y cuando hay una devolución de tal agresión, se recibe con la más genuina sorpresa.
Esto es, sin duda, un concierto de excesos, que por cierto, desconcierta a cada paso. Así que, no toca de otra sino reír ante tanta sarta de insolencias y atrevimientos que con justa razón, dieron entrada al "Siglo de oro" porque "¡qué joyitas!".
Qué hace tan importante esta obra sino su sagacidad y la bizarra forma en que se atreve a poner el dedo en todas las llagas de la época (alargando -hacia adelante y hacia atrás- el Oscurantismo por quien sabe cuántos siglos más).
Asimismo, La Celestina nos permite (eufemismo de "nos obliga) vernos calcados allí, en una especie de allanamiento literario en donde nos expone sin consideración alguna, hasta aceptar por "las buenas" la vigencia a la obra. Porque los vicios parecen no expirar y siguen rompiendo el tiempo y son las letras (en especial las que condensan la "literatura universal") las que nos recuerdan la realidad que nos gustaría rehuir: el mal siempre ha estado allí (y es de origen humano) y no tiene planes de caducar.
Seguimos replicando los errores de antaño, no aprendemos ¿Qué hacer ahí? pues indignarnos un poco, tratar de captar los mensajes entrelineados, a ver si con algún sermón indirecto nos vamos aplacando con el devenir de los siglos. Si eso no resulta efectivo; entonces es menester sentarse tranquilamente a saborearse las ocurrencias "ficcionales" de tal escrito y pensar que es bello, pero anacrónico y obsoleto, que goza de demasiados descriptores y compone un amasijo ruinoso de adjetivos, en donde además hablan raro, actúan errado y piensan extraño. Y en síntesis, que aunque la obra pretenda revestir algún aire de realismo descarado, no es más que una vil ficcionalidad.
Ante tal comportamiento solo podría agregar:
"¡Oh maldiciente venenoso! ¿Por qué cierras las orejas a lo que todos los del mundo las aguzan, hecho serpiente que huye la voz del encantador? Que solo por ser de amores estas razones, aunque mentiras, las habías de escuchar con gana".
*** Fragmentos celestinescos ***
Del Acto sexto:
Calisto: ¿Gentil dices, señora, que es Melibea? Parece que lo dices burlando. ¿Hay nascida su par en el mundo? ¿Crió Dios otro mejor cuerpo? ¿Puédense pintar tales faciones, dechado de hermosura? Si hoy fuera viva Elena, por quien tanta muerte hubo de griegos y troyanos, o la hermosa Policena, todos obedescieran a esta señora por quien yo peno. Si ella se hallara presente en aquel debate de la manzana con las tres diosas, nunca sobrenombre de discordia le pusieran; porque sin contrariar ninguna, todas concedieran y vinieran conformes en que la llevara Melibea; así que se llamara manzana de la concordia. Pues cuantas hoy son nascidas que della tengan noticia, se maldicen y querellan a Dios, porque no se acordó dellas, cuando a esta mi señora hizo. Consumen sus vidas, comen sus carnes con envidia, danles siempre crudos martirios; pensando con artificio igualar con la perfección que sin trabajo dotó a ella natura. Dellas pelan sus cejas con tenacicas y pegones, y a cordelejos; dellas buscan las doradas yerbas, raíces, ramas y flores para hacer lejías, con que sus cabellos semejasen a los della; las caras martillando, envistiéndolas en diversos matices con ungüentos y unturas, aguas fuertes, posturas blancas y coloradas, que por evitar prolijidad no las cuento. Pues la que todo esto halló hecho, mira si meresce de un triste hombre como yo ser servida.
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Del Acto séptimo:
Celestina: ¡Bendígate Dios y señor San Miguel ángel! ¡Y qué gorda y fresca que estás! ¡Qué pechos y qué gentileza! Por hermosa te tenía hasta agora, viendo lo que todos podían ver; pero agora te digo que no hay en la ciudad tres cuerpos tales como el tuyo, en cuanto yo conozco. No paresce que hayas quince años. ¡Oh quién fuera hombre, y tanta parte alcanzara de ti para gozar tal vista! Por Dios, pecado ganas en no dar parte destas gracias a todos los que bien te quieren; que no te las dio Dios para que pasasen en balde por el frescor de tu juventud debajo de seis dobleces de paño y lienzo. Cata que no seas avarienta de lo que poco te costó, no atesores tu gentileza; pues es de su natura tan comunicable como el dinero; no seas como el perro del hortelano; y pues tú no puedes de ti propia gozar, goce quien puede. Que no creas que en balde fuiste criada, que cuando nasce ella nasce él, cuando él, ella. Ninguna cosa hay criada en el mundo superflua, ni que con acordada razón no proveyese della natura. Mira que es pecado fatigar y dar pena a los hombres, pudiéndose remediar.
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Celestina: ¿Cómo y désas eres? ¿Desa manera te tratas? Nunca tú harás casa con sobrado. Ausente le has miedo: ¿Qué harías si estuviese en la ciudad? En dicha me cabe, que jamás ceso de dar consejo a bobos, y todavía hay quien yerre; pero no me maravillo, que es grande el mundo, y pocos los experimentados. ¡Ay, ay, hija! Si vieses el saber de tu prima, y cuánto le ha aprovechado mi crianza y consejos, qué gran maestra está. Y aun, ¡Que no se halla ella mal con mis castigos! Que uno en la cama, y otro en la puerta, y otro que sospira por ella en su casa, se precia de tener; y con todos cumple, y a todos muestra buena cara, y todos piensan que son muy queridos, y cada uno piensa que no hay otro, y que él solo es el privado, y él solo es el que la da lo que ha menester: ¿Y tú temes que con dos que tengas, que las tablas de la cama lo han de descubrir? ¿De una sola gotera te mantienes? No te sobrarán muchos manjares; no quiero arrendar tus escamochos. Nunca uno me agradó, nunca en uno puse toda mi afición. Más pueden dos, más cuatro, y más dan y más tienen, y más hay en qué escoger. No hay cosa más perdida, hija, que el mur que no sabe sino un honrado; si aquel le tapan, no sabrá dónde se esconder del gato. Quien no tiene sino un ojo, mira a cuanto peligro anda. Una ánima sola ni canta ni llora; un solo acto no hace hábito; un fraile solo pocas veces lo encontrarás por la calle; una perdiz sola por maravilla vuela; un manjar solo contino presto pone hastío; una golondrina no hace verano; un testigo solo no es entera fe; quien sola una ropa tiene presto la envejesce: ¿Qué quieres, hija, deste número de uno? Más inconvenientes te diré dél, que años tengo a cuestas. Ten siquiera dos, que es compañía loable; como tienes dos orejas, dos piés, dos manos, dos ojos, y dos sábanas en la cama, como dos camisas para remudar; y si más quisieres, mejor te irá, que mientras más moros, más ganancias. Honra sin provecho no es sino como anillo en el dedo; y pues entrambos no caben en un saco, acoge la ganancia. Sube, hijo Parmeno.
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Del Acto noveno:
Elicia: ¡Apártateme allá, desabrico, enojoso! ¡Mal provecho te haga lo que comes! ¡Qué tal comida me has dado! Por mi alma, revesar quiero cuanto tengo en el cuerpo, de asco de oírte llamar a aquélla gentil. ¡Mirad quién gentil! ¡Jesú, Jesú! ¡Qué hastío y enojo es ver tu poca vergüenza! ¿A quién gentil? ¡Mal me haga Dios si ella lo es, ni tiene parte dello, sino que hay ojos que de lagañas se agradan! Santiguarme quiero de tu nescedad y poco conoscimiento. ¡Oh quién estuviese de gana para disputar contigo su hermosura y gentileza! ¿Gentil es Melibea? Entónces lo es, entónces acertarán, cuando andan a pares los diez mandamientos; aquella hermosura por una moneda se compra de la tienda. Por cierto que conozco yo en la calle donde ella vive cuatro doncellas, en quien Dios más repartió su gracia, que no en Melibea, que si algo tiene de hermosura es por buenos atavíos que trae. Ponedlos a un palo, también diréis que es gentil. Por mi vida, que no lo digo por alabarme; más creo que soy tan hermosa como vuestra Melibea.
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Sempronio: Señora, en todo concedo con tu razón, que aquí está quien me causó algún tiempo andar hecho otro Calisto, perdido el sentido, cansado el cuerpo, la cabeza vana, los días mal durmiendo, las noches todas velando, dando alboradas, haciendo momos, saltando paredes, poniendo cada día la vida al tablero, esperando toros, corriendo caballos, tirando barra, echando lanza, cansando amigos, quebrando espadas, haciendo escalas, vistiendo armas, y otros mil autos de enamorado; haciendo coplas, pintando motes, sacando invenciones; pero todo lo doy por bien empleado, pues tal joya gané.
Elicia: ¡Mucho piensas que me tienes ganada! Pues hágote cierto, que no has vuelto la cabeza, cuando está en casa otro que más quiero, más gracioso que tú, y aun que no ande buscando cómo me dar enojo; a cabo de un año que me vienes a ver, tarde y con mal.
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Areusa: Así goce de mí, que es verdad que éstas que sirven a señoras ni gozan deleite, ni conoscen los dulces premios de amor. Nunca tratan con parientas, con iguales a quien puedan hablar tú por tú, con quien digan ¿Qué cenaste? estás preñada? cuántas gallinas crías? llévame a merendar a tu casa; muéstrame a tu enamorado; ¿Cuánto ha que no te vido? cómo te va con él? quién son tus vecinas? y otras cosas de igualdad semejantes. ¡Oh, tía! ¡Y qué duro nombre, y qué grave y soberbio es señora continuo en la boca! Por esto me vino sobre mí, desde que me sé conoscer; que jamás me precié de llamarme de otra, sino mía. Mayormente destas señoras que agora se usan: gástese con ellas lo mejor del tiempo, y con una saya rota de las que ellas desechan pagan el servicio de diez años. Denostadas, maltratadas las traen, continuo sojuzgadas, que hablar delante dellas no osan: y cuando ven cerca el tiempo de la obligación de casallas, levántanles un caramillo, que se echan con el mozo o con el hijo, o pídenles celos del marido, o que meten hombres en casa, o que hurtó la taza, o perdió el anillo; dánles un ciento de azotes, y échanles la puerta afuera, las haldas en la cabeza, diciendo: ¡Allá irás, ladrona, puta! No destruirás mi casa y honra. Así que, esperan galardón, sacan baldón; esperan salir casadas, salen amenguadas; esperan vestidos y joyas de boda, salen desnudas y denostadas. Estos son sus premios, éstos son sus beneficios y pagos; oblíganse a darles marido, quítanles el vestido; la mejor honra que en sus casas tienen, es andar hechas callejeras, de dueña en dueña, con sus mensajes a cuestas. Nunca oyen sus nombres propios de boca dellas, sino puta acá, puta acullá. ¿A dó vas, tiñosa? ¿Qué heciste, bellaca? ¿Por qué comiste esto, golosa? ¿Cómo fregaste la sarten, puerca? ¿Por qué no limpiaste el manto, sucia? ¿Cómo dijiste esto, necia? ¿Quién perdió el plato, desaliñada? ¿Cómo faltó paño de manos, ladrona? A tu rufián le habrás dado, malvada. Ven acá, mala mujer, la gallina habada no paresce, pues búscala presto, si no, en la primera blanca de tu soldada la contaré. Y tras eso mil chapinazos, pellizcos, palos y azotes. No hay quien las sepa contentar; no quien pueda sufrirlas. Su placer es dar voces, su gloria reñir; de lo mejor hecho, menos contentamiento muestran. Por esto, madre, he querido más vivir en mi pequeña casa, exenta y señora, que no en sus ricos palacios sojuzgada y captiva.
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Dejando a un lado los arcaismos (que suspira uno con algunos, preguntándose porque los habrán exiliado del castellano como el "acullá" tan musical), se evidencia gran vigencia en la obra:
- El enamorado que no oye, no ve, no come, no siente. Tan solo respira, suspira y palpita por la amanda en cuestión, a la que le exagera cualidades y le edita vicios y retoca males y defectos.
- La lisonja desmesurada con la que se busca convencer a punto de halagos para que alguien se ponga a favor de nuestras demandas, así estas denoten inmoralidad. La malversación de las premisas de las virtudes (como es de ayudar a otros y no causarles mal) a fin de tergiversar el sentido legítimo y ponerlo a favor del norte que le queremos imponer. El argumento debuscado, la sobredosis de verborrea para embelesar e incautar al que se preste para ello, y se le comprometa en tareas poco licenciosas, como prestarse para pagar favores sexuales (como es el caso reseñado anteriormente).
- La misma escena de celos del siglo presente, porque al querido se le safó un comentario a favor de otra, que no tenía nada de atrevido y aún así armó la de troya.
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El lenguaje quizá está enrarecido, pero la temática no, es familiar, cercana, de interpretación automática, sin enredajos semióticos. En efecto se está diciendo lo que uno cree, porque el mensaje es bien trabajo, pero limpio, purificado para el lector, que los personajes buscan enredarse entre sí pero no a uno, al que se le develan sin más (no hay ese secreto de estado con el que en algunas obras se pasan unos personajes en toda la historia, dejando al lector sin comprender el móvil, sin explicarse su actuar, sin saber que hecho azaroso replanteó lo obvio). Te permite por ello, ser omnisciente y te facilita en todo momento tu labor.
Son todos estos motivos por los que el siglo de oro cicatrizó dejando tal huella imborrable, que hoy por hoy, podemos levantar un poco la cascarita y percibimos sin más, la herida de la humanidad que retrataron hace tanto tiempo y nos siguen vinculando, comprometiendo, poniendo en aprietos, al sentir la pulla que permea cada hoja.
La Celestina es como esa noche en que el Humanismo imperante se fue de juerga y le retrataron en su peor momento y todos hablan de aquello y por más tiempo que se le eche encima, nadie lo termina de superar, tal aparatoso jaque ha hecho Fernando de Rojas a nuestra humanidad, en su arista más ruin y execrable.
En síntesis: ¿Por qué es icónica? porque encona todo lo que tratamos de tapar con adjetivos progresistas y nos devuelve a punte de sorna, a las cavernas a merced de esa pulsión y ese furor eviternos que nos carcomían y carcomen.
Seguiremos leyéndola, como quien vuelve al lugar del crimen.
¿ Y qué más le vamos a hacer si del Renacimiento, nos quedó tan solo el "miento"?
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