miércoles, 15 de agosto de 2018

Sobre "Un libro abierto*" (crítica iliteraria)



* "Un libro abierto" es el título de la conferencia del escritor Héctor Abad Faciolince dictada el 26 de agosto de 1999 en el auditorio Alfonso Restrepo Moreno de Comfama (Medellín).

***

 Al terminar de leer el texto “un libro abierto” de Abad Facionlice propuesto para  la materia de ética y educación política, saco la conclusión de que me entretuvo y que lo usaría probablemente en el ejercicio de mi carrera y con seguridad lo compartiría a colegas para que lo trabajen e implementen en su cátedra. El lenguaje es amigable (claro, es una transcripción y tiene ese aire desafanado e informal), las ideas son claras y el hilo conector se huele pronto, es decir, no hay que buscar y revolcar bajo la alfombra cuál es la tesis sino que vas intuyendo hacia dónde va y qué preceptos usará.

Quizá eso último pueda parecer que el autor es obvio, claro, su misión lo es desde el título: “la pasión de leer”, ya sabes que te vendrá como buhonero a abrir su gabardina desvencijada y a mostrarte cuantas baratijas se le ocurra sacar de los bolsillos para abonarle a esa idea de que leer es una maravilla y que uno se pierde de mucho cuando no lee. Su tema, era obvio, es claro eso. No por ello se debe pasar de largo el hacerle justicia a lo difícil que es tramar nuevos lectores cuando no se les conoces en absoluto, no tienen una característica demográfica homogénea sobre la qué trabajar y cuando toca hacer eso en una sola sentada, en un único discurso. En estos casos, las palabras deben estar muy bien articuladas, escogidas con lupa, que todas armonicen y ninguna se preste para ruidos y empalagos, es una jugada de una sola mano y hay que escoger bien la estrategia.

Considero por ende, que el autor logró un buen presentable y la verdad no sé si efectivo, ya que yo soy lectora, tendría que mostrárselo a un público no lector y mirar si con eso se conmueven un poquito y les genera curiosidad por leer o les mueve algo por debajo de la piel y les hace recorrer la espina dorsal, o si por el contrario, les pasa derecho, sin novedad alguna.

Reflexioné sobre el tema, el desarrollo del mismo y el autor (a quien antes de meterme entre sus páginas le escudriñé algo de su vida, porque tenía una somera idea y lo tenía como referente de la misma obra y la misma anécdota de toda la vida) y descubrí con ello que me estaba dejando llevar por lo que necesitaba dar por sentado y analizado en este escrito. Debido a mi perfil de maestra en formación de literatura, lo estaba urgando desde la postura de literaria, como si se tratase de una materia de “introducción a la literatura” o quizá “texto narrativo” o algo así.

Así que levanté otra variable que estaba dejando replegada: la materia. Qué materia me sugirió el texto, porqué este y no otro, no es en ningún momento el autor una eminencia ni en educación, ni en ética, ni en política, ni siquiera en el contexto colombiano ¿Por qué entonces este texto? ¿Pudo haber sido cualquiera para hacer un estudio de caso “x”? no estoy tan segura, la profesora se mostró muy coherente en su planeación y enfatizó el esfuerzo mancomunado de la revisión literaria ¿A qué otros autores habrán sacado por dejar a este Abad?

Con certeza, podré darle respuesta a este interrogante el próximo encuentro académico cuando socialicemos la lectura y pueda ver hacia dónde quiere la docente inclinar el barco, hacia dónde nos  hará remar. Mientras tanto especulo en vaguedades.

El escritor se sienta en premisas desde una postura muy cerrada, sin conocerlo apenas y sin haberle leído más que un par de artículos (uno me gustó mucho, una crítica literaria a una autora colombiana que creo que es más tilín que paletas pero se sienta ella solita en la panacea literaria y se hace traer la alfombra y sino se la traen, pues la compra). Fuera de estos dos textos, parpadeé a toda prisa frente a la que se considera quizá la “obra cumbre” de Faciolince, por lo menos en cuestión de fama.

Así que no tengo mayores recursos de fuerza para anclar una opinión convincente de él. No obstante, hay algo que se llama intuición y más aún: “intuición literaria” (obvio no es 100% efectiva, solo marca indiciones). Tal intuición funciona así: cuando empiezas a leer a alguien y ya puedes oler de qué va su discurso: si es ateo, si tiene algún complejo obvio, si es adinerado y pasó por universidades privadas de alto costo, si se crió y forjó su intelectualidad en la calle.

Es esa “intuición literaria” la que me grita que huya de Faciolince al igual que de Bonnett, algo molesto flota en sus letras, algo irritante levita en su prosa. Las ideas sencillas parecen excesivamente trabajadas, incluso lo que parece casual tiene muchos remiendos que tratan de que no se mueva de la estructura que amenaza con venirse abajo. El comentario “amigable”, con el que se intenta ganar al lector o el oyente, digamos el “chiste casual” con el tufo academicista (construído en laboratorio por dejarlo claro, y no por una “espontánea ocurrencia”). Luego viene la “anécdota íntima” que tiene esa misma “sinceridad” que le ves a la actriz de 50 sombras y de Crepúsculo cuando se confiensan vírgenes.

Las traigo a colación justo a ellas, Bella y Anastasia y no -digamos- a Ana Karenina ni a Madame Bovary (cuando estas últimas se “juran fieles”, por decir cualquier cosa) por otro aspecto que me suscitó calambre en la lectura y es algo que llamo “esnobismo literario”. Dicho de otra manera:

“... con un libro de Chopra nunca podremos llegar muy lejos: de libros tontos y consolatorios no habrá nunca qué sacar”.

Ese fenómeno literario en donde ciertos lectores se ponen en un pedestal abecedérico porque se autoseñalan de mejores ante otro tipo de lectores que poseen gustos, deseos, necesidades, historias, secuelas, cicatrices y móviles diferentes. Entonces se viene el “boom de boicot” a Coehlo, Jodorowsky, Walter Rizo y sus secuaces, para señalar que “tengo gustos literarios más refinados” y empiezan los nubarrones de metano literario con expresiones como: “yo desayuno recitando Dostoievski” y “Borges me dedicó varios de sus escritos (aunque yo no había nacido para entonces, pero es un detalle menor que no ahondaré de momento)”.

Por supuesto que yo lo he hecho lo mismo y probablemente lo seguiré haciendo, amén de mi insolencia. No obstante, estoy segura que si yo hubiera escrito esa idea hubiese quedado así:

“... con un libro de Faciolince nunca podremos llegar muy lejos: de libros tontos y consolatorios no habrá nunca qué sacar”.

No es que sea yo una “Chopraliever”, aunque sí lo he leído, al igual que a Coehlo. Este último por motivos investigativos y académicos: quería tener bien claro porqué era que tenía a la mitad del planeta haciendo memes de él y a la otra mitad llenándole su colchón de bitcoins y mis preguntas de investigación fueron más o menos “¿Cómo hacerme rica como Coehlo sin tener que escribir como él? ¿Cómo lucrarme con el método Coehlista escribiendo a la luz de la literatura rusa? ¿Qué es lo que vende masivamente en la literatura posmodernilla y genera lucrativos modelos de negocio a gran escala aunque se aleje del canon? ¿Qué gusta de Coehlo? ¿Cómo escribe él?” Las respuestas las tengo claras y desde allí he podido dormir un poco más tranquila. Acá adelanto sencillamente que sigue sin gustarme su obra pero ya tengo bien sentado por qué.

De lo anterior, lo curioso es que precisamente Faciolince aborda algo de lo concluido con Coehlo al mencionar a Vladimir Propp y un modelo predictivo en hilos y tramas narrativas (el devenir y desenlace obvio ya mentado).

Entonces hallo en este señor Faciolince ese álito de superioridad y me pregunto de paso si quizá él recaudará por sus libros tan siquiera el 1% de lo que recauda Chopra o Coelho. Ahora bien, es cierto que no es tan acaudalado como aquellos dos, aunque escribe de manera predictiva y en lenguaje sencillo y muy descomplicado (casi vulgar, digámoslo desprevenido e informal) como Coelho y Cuatemoc (al primero lo llamo de puro cariño "amigovio" por ser el amigo de las obviedades). Es de suponer en adición, que su propia biblioteca estará saturada de sus propios libros y que lee a Bonnett. Y me imagino que se presenta así mismo como un académico empedernido e intelectual. Más aún, si lee tanto ¿Por qué no se le nota en sus letras el reflejo de “los grandes de la literatura”?, ¿Por qué está más cerca de los que señala que de los que colecciona?

Nota interna (epistolar) para el autor:

Le agradezco la obviedad hecha discurso, hecha mensaje, claramente tiene algunas frases bien logradas y las ideas estructuradas (muchas eran claros parafraseos de un foráneo que usted mismo evidencia) aunque, a título personal, considero que las metáforas gastronómicas y sexuales están en el escalafón del rebusque deprimente.

Quizá grosso modo, su esfuerzo tenga mérito (no al punto de aplaudir, claro), no obstante, dado a lo visto y leído entre líneas, siento cierto escepticismo ante sus aseveraciones, el mismo escepticismo que se genera “frente a esos gordos que afirman que nunca prueban bocado”.

Le rescato y le hago coro en especial a la idea de que los libros van más allá de la simple idea de entretenimiento y que “Cualquiera que quiera aprender seriamente cualquier cosa, desde medicina hasta economía, tiene que ser capaz de leer y concentrarse por largos períodos de tiempo”. ¡Vaya! ¡Quién lo hubiera imaginado! con esa conclusión se pagó solo el doctorado -doctorado que no tiene y ciertamente, tampoco yo-.

En fin, espero que cuando yo tenga la oportunidad de leer tanto como usted, no escriba, juzgue, ni razone como usted. Aunque ello implique que tenga que asistir a Comfama en modalidad de usuaria de la biblioteca, visitante de Tutucán o de participante de la programación de cine y no de conferencista como usted.

Para cerrar solo dejaré en el aire su afirmación de que “hay muy malas personas que son muy buenos lectores…”. Esa obviedad si requiere por lo menos una negrilla.

Feliz noche.

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