jueves, 23 de noviembre de 2017

Ensayo irónico: Formas posmodernas de evolución no valoradas en el transporte público




by Leidy Lorena Arango Pérez

Hay momentos de nuestra vida inminentemente espirituales que propician oportunidades de evolución y que dejamos pasar de largo como si de oir llover se tratase. Un caso concreto de esto es cuando tenemos la oportunidad de hacer uso del transporte público y no vemos cuáles son las reales situaciones que allí nos brindan y nos limitamos a leer por encima el contexto que nos invita a juzgar, a criticar, a involucionar, sin permitirnos reflexionar sobre la manifestación de la rica gama de elementos que propenden a nuestro crecimiento integral, o dicho claramente, a nuestra evolución. Pero ¿cómo acceder a tal evolución? Pues en la dimensión en la que nos encontramos hay diferentes formas para ello: 1. a través de la evolución mental (meditación, yoga, etc.), 2. con de actos de amor y trabajo humanitario, 3. Y por medio del suplicio, es decir, cuando vivimos experiencias dolorosas pagamos nuestro karma negativo y vamos generando karma positivo. Esto último, claramente, lo saben las directivas del transporte público, de hecho, parece estar tácito en cada uno de los manifiestos de la cultura metro: no comer, no sentarse (pasillos, zonas comunes), no gozar de comodidad, y demás rezos que nos van ayudando a abonarle al cumplimiento de nuestro dharma, por lo que nos ayudan a elevarnos.

Redondeando lo anterior, se observa que grados de consciencia superiores colindan en el transporte público, en especial en la hora pico, pero no lo honramos y seguimos en la necedad de querer optar por lo insustancial, lo superfluo y no apercibimos que incluso en actividades tan rutinarias y monótonas como lo es montarse en metro o en transmilenio, se halla la puerta al crecimiento del Ser (crecimiento abstracto, porque de lo otro no hay cómo). Con esto nos recordamos que somos una esencia inmaterial en un estuche material que tenemos que dejar en el momento en que atravesamos el torniquete, en donde debemos dejar atrás nuestra cárcel corpórea y permitirnos ser como un dios hindú: una sola forma con muchos brazos y piernas, y ojos, que dan como resultado una apariencia a veces no muy humana y que en su momento se ponen azules y se saturan de elementos, cual Ganesha, cual Shiva.

Tengamos presente que en creencias espirituales tan antiguas como el Tao, el Hinduismo, el Budismo nos invitan a que nos entendamos como una Unidad articulada, que nos pensemos como un todo que aunque a veces desarticulado, en esencia somos lo mismo; y para recordar este bello aforismo tenemos la hora pico que busca no otra cosa que entendamos que no podemos concebirnos sin el otro, como cuerpos apartes, independientes, ajenos al ser que nos acompaña; así que al reducir considerablemente el espacio hasta lo improbable, es una mera sacra excusa para sentir al otro como la extensión nuestra que da como resultado la visión de que en cada vagón del metro viaja un alma superior compuesta por un amasijo orgánico que no se sabe bien dónde empieza ni termina. Esta, es la Unidad pura, es la representación que evoca el Namasté: ese lugar sagrado donde tú y yo, todos, somos uno, porque no hay (meticulosamente planeado) espacio para la individualidad, para egoísmos y hedonismos que requieren desentenderse del otro, sentarse aparte, alejarse de otras manifestaciones de su ser.

Asimismo, Buda, nos enseñó que para alcanzar estados elevados de consciencia primero se debía renunciar al deseo, es otra hermosa circunstancia que nos brinda el transporte público: debemos renunciar a nuestro deseo de una silla, de sentarnos, de un ventilador, de ir más aprisa, de que el del lado tome taxi, así, a través de este camino samsárico que se homologa con el viaje en metro u otro transporte, vamos resignándonos a dejar a un lado tales deseos que sólo nos traen sufrimiento y nos desvían de objetivos superiores que podrían entenderse a todas luces como divinos.

Así que la invitación es a ver más allá y entender a todo lo que se expone una empresa de transporte con tal de brindarnos este espacio de desarrollo interno: pone en juego su reputación, se expone a críticas, boicots, se satura gestionando su buzón de quejas, reclamos, sugerencias de los que aún no tienen los ojos abiertos para ver lo que “es invisible a los ojos”: es invisible el asiento disponible, el lugar adecuado para ocupar la individualidad, es invisible la comodidad, pero es visible el hecho en que no piensan en ningún momento en lucrarse, no se consideran ni por un momento ellos mismos. Por ello siempre están pensando en el otro y en cómo pueden ayudarnos a acercarnos a dios: nos falta el oxígeno y creemos verlo, se nos viene una turba encima cuando se abre la puerta en San Antonio y le invocamos “¡Dios mío!”, en fin, entre rezo y rezo, exclamación sacra se va gestando este bello recorrido que más que llevarnos a nuestro lugar terrenal de destino, nos permite acercarnos a ese campo elíseo, a ese nirvana, a esa tierra prometida de la que fuimos arrancados.

Amén al transporte público por esta oportunidad.

NAMASTÉ

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