jueves, 23 de noviembre de 2017

Ensayo: ¿SEXISMO EN EL LENGUAJE?


ESTUDIANTE: Leidy Lorena Arango Pérez
FECHA: 24 de marzo de 2016
MATERIA: Semántica


¿SEXISMO EN EL LENGUAJE?



En materia legal las mujeres han ido ganando terreno en su búsqueda de igualdad. No obstante, se piensa que en cuestión de lingüística es una confrontación que aún no se ha dado en las mismas proporciones; unos asumen que el motivo de esto es porque no hay necesidad, debido a que tal desigualdad es más sugestiva que real y otros porque han visto el asunto como una batalla sin encarar a la que se le ha reducido su real impacto e implicación.



Ante ello, es claro que la presencia de la mujer en los aspectos sociales va surgiendo con mayor fuerza y entretanto el léxico se va engordando: la piloto, las juezas, las policías, las taxistas y otras, son términos que dan fe de que en zonas, oficios y palabras donde se presuponía un género masculino se ha ido rompiendo paulatinamente, no obstante, esto no responde necesariamente a un acto de discriminación abierto que se ha corregido, sino que es un ajuste consistente a la ley de oro que cobija el lenguaje: el uso hace la norma.



Concomitantemente, lo que sucedía es que el término no existía o estaba en desuso porque el referente al que hacía alusión el lenguaje no se manifestaba de otra forma, es decir que el oficio lo ejercía en su totalidad o con predominio un hombre (o una mujer) y que ahora que ello presenta modificaciones que se vuelven convencionales el lenguaje se ajusta a ello.



Al respecto Lledó (2006, pág. 17) se pronunció con lo siguiente: “Isabel Torrente Fernández nos habla de la existencia, ya un siglo antes, en el XIII, de “gordoneras”, “alfayatas”, “sastras” ... En fin, historiadoras, profesionales y casos que muestran que las denominaciones de oficios en femenino no son ni un capricho pasajero ni una moda extravagante ni un invento de última hora”. Implicando así que en el momento en que su uso ha sido o es común, vuelve y resurge la tendencia a pronunciar con alguna de las posibilidades de género.



Adicionalmente, la RAE informa que: “...en el modo de marcar el género femenino en los sustantivos que designan profesiones, cargos, títulos o actividades influyen tanto cuestiones puramente formales —la etimología, la terminación del masculino, etc.— como condicionamientos de tipo histórico y sociocultural, en especial el hecho de que se trate o no de profesiones o cargos desempeñados tradicionalmente por mujeres...” .



En suma, Lledó extiende un prolijo listado de profesiones en femenino y masculino que deja entrever que los pares morfológicos o sustantivos desdoblados han existido y existen de manera más que esporádica y parcial y que estos en parte son ratificados por la RAE o por otra institución avalista y otros son comúnmente aceptados en el lenguaje oral o escrito aunque sin dicho aval institucional. Asimismo, dentro de estas profesiones algunas son considerados neologismos, otros son recuperaciones de términos en desuso y otros son “visibilizaciones” de un término que ha estado siempre latente para el lenguaje pero olvidado en su práctica. De manera que, sea cual fuese la razón para preferir actualmente el uso de uno u otro, o ambos, es una situación que surge y se discute desde la práctica social (en especial en la oralidad), más que desde la lingüística que es donde en el último de los casos van a parar, no a germinar.



El lenguaje por su parte, estimula el uso de neutros que concilien las bifurcaciones del género e invita a que tales desdoblamientos empleen con moderación, amén de emplear la economía lingüística y evitar errores de concordancia, comprensión y dificultades sintácticas.



Asimismo, la RAE de manera expresa se pronuncia de la siguiente forma: “Este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos (…) La mención explícita del femenino solo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto (…) La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas”.



Bosques (2010), por su parte se inclina más por aquellos defractores del uso abusivo del género masculino y no por aquellos que se limitan a censurarlo y no aceptan su empleo y promueven que se evite en cualquier caso.



El lenguaje se ajusta a la convención



Es necesario traer a colación los alcances del lenguaje en cuanto a su responsabilidad social y su participación en el proceso de visibilizar a la mujer (y quizá, en consecuencia otras minorías, porque sino también sería discriminatorio, según el orden de premisas que manejan los partidarios de este discurso “antisexista”). Total que, a partir de este panorama podría decirse que es menester preguntarse si las particularidades que atentan la convención del lenguaje deben primar o igualarse con las generalidades que lo producen y alimentan.



A propósito de este evento, Bosques se pronuncia así: “...seguiría siendo pertinente la simple pregunta de dónde fijar los límites ante el «problema de la visibilidad de la mujer en el lenguaje». Si la mujer ha de sentirse discriminada al no verse visualizada en cada expresión lingüística relativa a ella, y al parecer falla su conciencia social si no reconoce tal discriminación”.



A manera de ilustración de los problemas del “ilimitado alcance social” que se le intenta atar al lenguaje se aprecia lo siguiente:



En Colombia hace poco “estrenamos” nuestra primera astrónoma titulada, la cuestión es si fue un acto de sexismo que en los comunicados de la facultad o de cualquier convención de astrónomOs celebrada, hiciesen énfasis en esa masculinidad. Al parecer podría pensarse es que el término respondía a esa realidad: son hombres, en su totalidad y luego,lo son, en su mayoría. Ahora bien, ¿Qué hacer ya que aparece la astrónoma, por incluirla se debe empezar a editar y considerar su existencia en todo comunicado oficial? ¿debe el lenguaje responder a las demandas de identidad de cuanta minoría haya y halla?



El meollo de esto es que tendría que replantearse todas y cada una de las palabras para no solo incluir el género femenino, sino además un tercer género neutro -obligado- y porqué no, un cuarto para aquellos que se definen por fuera de lo masculino y femenino para poder -incluirlos- , y claro, otro género para los que se sienten ambos a la vez, ya que no sería correcto hacerle una referencia fragmentada de su ser.



Lo anterior hará pensar que es una exageración, pero ¿es que acaso la “dignidad” de ser mujer está por encima de la dignidad de no serlo? Y si le exigimos inclusión basados en estos preceptos de que “no todos son hombres o se identifican con estos”, pues también está quienes no son mujeres o no se identifican con ellas y quienes no se identifican ni con hombres ni con mujeres.



También, surge la necesidad de revisar la inclusión de cada palabra, no de cada flectivo de genéro de los sustantivos como ha interpuesto la discusión (grosso modo), porque al cambiar la palabra “todos los ciudadanos” por “la ciudadanía”, se pasaría a quitar el genérico “todos” por el genérico “ciudadanía” que es una palabra femenina que abarca, y colectiviza, y generaliza, e incluye, tanto a hombres como a mujeres, es decir que igual irían a parar en un mismo costal generalizador con ínfulas de neutro.



Como agregado, hay que aclarar que no se trata de un caso aislado, porque está la palabra humanidad y otras “neutras” que se han planteado como estrategia de inclusión ¿o es que acaso la palabra docencia, magistrado, niñez, colectivo, hermandad, infancia, fraternidad y demás “colectivizadoras” no tienen un género? Que recojan con una sugestiva “mayor pertinencia” no significa que sean neutras, no lo son; y el punto capital de esto es que no se puede incluir excluyendo y que el género en una palabra no lo determina su flectivo de género, como tampoco lo hace su artículo.



Entonces... ¿qué es el género? (desde la lingüística)



Este asunto se puede sintetizar comentando que las palabras tienen un género que trasciende la composición biológica y el esquema cromosómico del hablante/oyente y que esto, al parecer, no ha sido entendido por varios hispanohablantes que exigen la coincidencia del género de referencia (del referente) con el género de la palabra.



A manera de ilustración de lo anterior, se puede pensar en las alteraciones de género que sufren algunas traducciones y que esto lo que implica es hay una dicotomía entre el género del término y del referente al que hace alusión, porque, el género no es entendido desde la acepción biológica o sexual en el que se intenta arrastrar la concepción de “género” desde la lingüística.



En cuanto a esto se puede pensar en Dios (como referente) y recordar que no se le atribuye sexo, aunque su palabra es masculina y se le asume un artículo masculino. Ahora bien, en su equivalente inglés, el referente también carece de sexo, pero posee artículo neutro y la palabra aislada se establece como masculina. Asimismo, está el caso de “control remoto” y “sol” que para el español son palabras masculinas, mientras que en alemán no. Por otra parte, Canadá y París no parecen de por sí, requerir de un artículo o aludir un género, aunque si pasa en el (idioma) francés, que con ello les brinda de paso un género lingüístico.



Se tiene que para el caso del -idioma- español, el país Canadá, la nación Canadá pueden tratarse con alguna economía lingüística y surgir usos como”el Canadá” y “la Canadá”. Ante esto, también está el uso de “la lengua española” y de “El idioma español”, que están con cierta libertad de género en el referente hasta que se establezca algún condicional social o lingüístico que les ate una “realidad” de género.



En ejemplo explícito de atar el género a la convención más que a la naturaleza del referente se halla en el alcance -flexible- del artículo en cuanto a la tarea de evocar género que se nota en algunos nombres de empresas. Verbigracia, “Argos” es: la compañía, el holding, la empresa, el emporio... Ante esta multiplicidad de artículos que van y vienen de “El Argos” a “la Argos”, la misma marca va generando esa “convención” que les atribuya una forma “correcta” de género y artículo: “el grupo Argos”. Sin embargo, este fenómeno es social (¿comercial?), no lingüístico.



Y si se piensa que el asunto es diferente para las palabras inventadas como nombres de empresas y que el hecho cambia con las que hacen referencia a los seres animados, puede apreciarse otro ejemplo más: Yo soy mujer, al ser una mujer, me podría encasillar en un artículo femenino, pero soy un ser humano, soy “un” también, pero puedo ser neutra: soy estudiante. A su vez, soy “un” ente para algunos, “un” amor para otros, “un” ogro y “una” tesa, según otros. Por lo tanto, mis rótulos lingüísticos tanto de sustantivos como de adjetivos, no se fijan según mi composición social/biológica, etc.



Desde otra instancia, sobre la supuesta responsabilidad social del lenguaje y la “natural” concordancia del género y sexo, Bosques asevera: “...Consiste en suponer que el léxico, la morfología y la sintaxis de nuestra lengua han de hacer explícita sistemáticamente la relación entre género y sexo, de forma que serán automáticamente sexistas las manifestaciones verbales que no sigan tal directriz, ya que no garantizarían “la visibilidad de la mujer”.



En caso de existir, la responsabilidad del lenguaje sería tal que tendría que comprometerse a revelar información fidedigna de identidad, sexualidad, biología y demás. Y de esto se advierte que puede ser prolijo, inoportuno y algo innecesario ya que ser más o menos hombre y mujer no se configura necesariamente con un flectivo o artículo... sino las Amparo, los Andrea, las Consuelo, las Flor y demás, tendrían que dudar y acusar a su rótulo de no incentivarles en la escritura y oralidad su feminidad y que de paso, no les ayuda a ratificar lo que biológicamente les fue asignado sólo por el arrebato de nomenclarlas civil o/y sacramentalmente con un nombre tan poco femenino que carece del flectivo adecuado.



La paradoja del artículo



Dentro del pliego de peticiones “antisexistas”, está el de masificar el uso del artículo femenino en caso de neutralidad o ambigüedad en la palabra referente. Es decir que una de las propuestas que hay sobre lamesa sería darle al artículo la tarea de visibilizar a la mujer, a su “género”, por razones de que este (el artículo) parece conciliar las “expresiones sexistas” masculinas o neutras introduciendo la participación femenina: el/la oficial-a, el/la fiscal-a, el/la estadista,la/la canciller-a, etc. No obstante, con ello se presenta la inquietud de si el género es realmente evocado por el artículo y si por ende, esto sería una respuesta suficiente.



En contraste, Álvarez (2008, febrero 5), menciona en un artículo las palabras que se emplean con artículos masculinos y que tienen un sufijo neutro o “femenino” que son comúnmente aceptadas (social y lingúisticamente) y no se toman como un ataque sexista contra los hombres quienes no reclaman ser poetos, futbolistos, ciclistos, analistos ni tener problemos, por ejemplo.



Acorde con lo dicho, existen en el español múltiples palabras que no tienen concordancia de artículo y género (del referente y/o del término), como las que Álvarez señala de anómalas, entre las que se aprecian: el hada, el águila, el hacha... y muchas más que conlleva a dudar de qué tanta masculinidad y feminidad aluden los artículos y las vocales del sufijo.



Se puede apreciar en un listado elaborado por Álvarez (2014, julio 5) la abundancia de palabras que no presentan concordancia de artículo + sufijo. Dichas palabras tienen el sufijo “ma” y entre estas se encuentran las siguientes: dogma, aroma, clima, dilema, enigma, emblema, esperma, esquema, estigma, diploma, fanstasma (que puede ser neutro y el género se lo determina el artículo y el referente), idioma, karma, poema, sistema, tema, etc.



Así que puede pensarse que ambos serían insuficientes para “combatir” el sexismo, ya que dentro de las construcciones lingüísticas no existe tal matrimonio de la vocal “A” con lo femenino, ni la “O” con lo masculino y la “E” con lo neutro. Sino pues, las mujeres podrían visibilizarse siendo poetas y no requerir el “poetisas”.



En resumen, se observan dos situaciones: 1. Los géneros de una instancia (social, biológica, lingüística) no se mantienen necesariamente en otro, así que no podría hablarse allí de sexismo cuando no hacen alarde a un sexo al mencionar un género que está desprendido de las nociones extralingüísticas. 2. Al no existir esa conexión inquebrantable de artículo/género/sufijo, se puede asumir que tampoco se presenta de manera inexorable en lo que termina en “o” y pretenda ser masculino. No lo es, y es un error insistir en lo contrario.



Sobre el género neutro



Para facilitar la comunicación es común el uso de las palabras neutras, que para el caso de la lengua española se dan con el uso de masculinos ya que se “...admite que «el masculino es extensivo a las mujeres »” (Bosques, 2010).



Dicha neutralidad del género sólo aplica para el caso del masculino y no es extensible al género femenino, en cuanto a esto la RAE indica: “El uso genérico del masculino se basa en su condición de término no marcado en la oposición masculino/femenino. Por ello, es incorrecto emplear el femenino para aludir conjuntamente a ambos sexos, con independencia del número de individuos de cada sexo que formen parte del conjunto. Así, los alumnos es la única forma correcta de referirse a un grupo mixto, aunque el número de alumnas sea superior al de alumnos “.



Esta situación la explica Camps (en RIUS, La Vanguardía, 2014) al mencionar que “...ir contra el masculino genérico es ir contra la esencia gramatical de nuestra lengua”, por lo que arguye que no se presenta tal sexismo cuando se habla empleando los usos masculinos para incluir a hombres y mujeres.



En adición, la RAE manifiesta que el género neutro obedece a instancias lingüísticas y no políticas y que surge de una de las leyes lingüísticas que busca la economía expresiva. En citación la RAE expresa que: “...en los últimos tiempos, por razones de corrección política, que no de corrección lingüística, se está extendiendo la costumbre de hacer explícita en estos casos la alusión a ambos sexos (...). Se olvida que en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, posibilidad en la que no debe verse intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva”.



Es así que, se marca en el uso del lengua una tendencia de imponer el género masculino en algunas alusiones a oficios diversos (y otras palabras). Tales casos pueden ser cuando se requiere el servicio de odontología, una revisión médica, una consultoría de derecho, o que alguien que arregle el jardín y por ello la referencia automática que se expresa es ir al odontólogo, consulta con un médico, asesoría con un abogado, contratar a un jardinero. Es decir, que por defecto se hacer alarde al género masculino. Pero la cuestión allí es que esa loción es sexista o no, si responde a un acto de incluir o excluir. Si el masculino quisiese subyugar a lo femenino se podría hablar de sexismo, pero en este caso lo que hace es equipararlo, incluirlo plenamente en una única forma que se entiende como neutra. Lo anterior se refiere a que no se le impone un género masculino a lo femenino, sino que la intención es abarcarlo en el género neutro del que se dispone en sistema lingüístico español.



Concomitantemente, la neutralidad puede darse por:



1. La ambigüedad del término, como es el caso de los “sustantivos ambiguos en cuanto al género” en el que se encuentran palabras como vodka, armazón, dracma, mar, que admiten ambos artículos sin que ello implique cambiar de sentido (como ocurre en el/la cólera) y no obedece a discursos sexistas, sino que se emplean en general desde preferencias dialectales, personales y sectoriales (RAE).



2. Una única forma/palabra para expresar ambos géneros sin distinciones de sexo como ocurre con los “Sustantivos epicenos” (RAE), que carecen de tendencias sexistas ya que existen términos “colectivizadores” femeninos (tortuga, víctima, perdiz, persona...) y masculinos (tiburón, personaje, vástago...).



3. Los “sustantivos comunes en cuanto a género” que son empleados para ambos géneros y que la división entre femenino y masculino la marca el determinante y/o el/los adjetivos que acompañen a dicho sustantivo: el/la pianista, el/la músico, el/la profesional, el/la psiquiatra, entre otros. Estos últimos son los que han sido sometidos a los desdoblamientos para “incluir” y “visualizar” a ambos géneros por separado desde la palabra, dejando aun lado que el artículo ya desempeñaba esta función.



En otro orden de ideas, se tiene que la búsqueda de inclusión y neutralidad ha suscitado errores como emplear el signo de @ (arroba) sin entender que este no es un signo lingüístico y que “...su uso en estos casos es inadmisible desde el punto de vista normativo” (RAE).



¿Los flectivos hacen más o menos XX o XY?



Aquí la pita se enreda y el minotauro se acerca...



Frente a esta circunstancia, está el hecho de que no es necesario que un sustantivo -para ser incluyente- sea sometido a flectivos de género para causar dicha inclusión (médico/médica), o manifestar el accidente en el artículo (las/los pilotos), sino que una palabra no se someta a esto porque dentro del lenguaje natural, vulgar, poético, especializado o el que fuese, se manejaba un término espejo para referirse a ese oficio, a esa entidad, identidad -o su equivalente- para el otro género. Se trae a colación en esta parte los casos de heteronomia que alude la morfología: el hombre / la mujer, el macho / la hembra, la yegua / el caballo. Padre/madre, toro/vaca, etc. Es decir que el reclamo de igualdad tendría que verse desde una óptima más amplia e indagar si realmente la palabra “masculina” que se juzga carece completamente de ese “espejo de género” o si se tiene y no se emplea adrede y porqué.



Con lo anterior, lo que se desea enfatizar es que el reclamo no puede girar en feminizar todo lo masculino y viceversa, porque de ser así nos llenaríamos de yernas, nueros, nanos, mayordomas, y demás términos que no reflejarían igualdad, ni accidentes gramaticales sino aberraciones del uso por inculcarle una ideología sexista que no es natural a la lengua. Como aclaración, es prudente comentar que esto último no pretende hacer a un lado los casos en los que en efecto las palabras no tengan ese “espejo” y que si sea menester la generación del neologismo.



La cuestión en esta instancia es si el lenguaje debe mutar y acoplarse a las inseguridades e ideologías contemporáneas o debe atender construcciones históricas e irse alimentando de la fenomenología actual con la lentitud necesaria para absorber lo que en efecto merezca prevalecer y no por caprichos vanguardistas que imponen usos según las discusiones de identidad del momento.



Lenguaje aséptico



Gómez (en Rius, 2014) hace una importancia diferencia entre lo que contempla la gramática y lo que se entiende por léxico: “El léxico ha de ser políticamente correcto y los cambios se pueden impulsar desde la sociedad, sobre todo por parte de los políticos, de tertulianos y de personas relevantes que pueden favorecer y promocionar modificaciones en el uso de las palabras; pero la gramática es aséptica, tiene unas reglas de género masculino y femenino, de singulares y plurales, de tiempos verbales, etcétera que no podemos cambiar por la fuerza, sino que evolucionan con el tiempo, lentamente”.



En respuesta a lo anterior, se puede sintetizar que el lenguaje no puede tildarse de sexista, incluyente o igualitario como tal, ya que este es sólo el reflejo de lo que pasa en la sociedad en donde recaen estas prácticas, eso implica que para “corregir” esta práctica en las palabras, hace falta corregir los imaginarios y las representaciones sociales, porque la oralidad y la escritura son al fin y al cabo un calco de esta.



Por su parte, Cabré (en Rius, 2014) está de acuerdo con el postulado de que el problema del sexismo no es de tipo gramatical sino de orden social: “El lenguaje refleja la conceptualización de la realidad en nuestra mente, y mientras no cambiemos la percepción no se solucionará el problema por más que tratemos de visibilizar a la mujer al hablar”.



En este mismo orden de ideas Bosque expresa que: “no debe olvidarse que los juicios sobre nuestro lenguaje se extienden a nosotros mismos”.



De esta forma, puede pensarse que el asunto de la ambigüedad no se menguará con el hecho de aplicar los flectivos y saturar las conversaciones con aclaraciones de género a través de desdoblamientos y engrosamiento del uso de artículos. Todo porque esto ha sido en general un problema más de composición e interpretación acuñado al orador y al destinatario que al código que emplean para componer un mensaje que puede ser sexista o no.



Se entiende con esto último que el problema del seximos en la comunicación no se acabará agregando todo lo mencionado anteriormente, ya que el problema no gira tanto en la existencia de posibilidades de género sino en el uso y la preferencia en las palabras. Esto implica nuevamente que habrá sexismo así existan todos los desdoblamientos posibles y nuestro léxico se sature con “As”, ya que para que exista este sexismo en el lenguaje lo único que hace falta es la intención de los actores.



En adición, es menester aclarar que no se pretende negar que en efecto haya un -uso- indebido, malicioso, prejuicioso y demás de ciertos términos, pero si señalar que la lengua está al servicio de la intención y atención tanto del hablante como del oyente. Por tales circunstancias la tendencia de este escrito sería la de que el lenguaje no es sexista en cuanto sus actantes/actores no lo quieran, debido a que este -el lenguaje- en su estado natural es aséptico hasta que sus interventores decidan lo contrario.



Para concluir, se redundará sobre los puntos y premisas capitales de lo anterior:



El planteamiento sobre el sexismos no se debe focalizar en la composición del lenguaje, sino en su uso. Así que para restar un uso discriminatorio no es necesario alargar el léxico, o abolir la economía lingüística y desaparecer los genéricos con flectivo masculino. Allí la fuerza se le deba hacer en las sugerencias de uso, porque el mensaje puede tener tanto sexismo como sus actores le asuman y atribuyan, por ende, el lenguaje es sólo una herramienta para transportar los buenos y malos usos.



Como cierre, se desea establecer un acuerdo con la posición de Bosques (2010) cuando indica que no hay sexismo en el lenguaje sino con el lenguaje.





BIBLIOGRAFÍA





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RIUS, M. (2014, marzo 7). La Vanguardia (consultado marzo 24 de 2016). El sexismo que ocultan las palabras. Recuperado de:

http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20140307/54402851720/el-sexismo-que-ocultan-las-palabras.html





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